miércoles, 31 de julio de 2013

Garza real (Ardea cinerea)

 Iniciada la estación otoñal, en pleno mes de octubre, ejemplares de garza real (Ardea cinerea) procedentes de otros países, multiplican con sus efectivos la población de la especie en la península ibérica.
La esbelta y elegante figura de esta ave, viene a dar un toque de distinción a los ríos, charcas, humedales y demás masas de agua donde se instala. Aquí los días grises y lluviosos del otoño parecen mimetizarse en su plumaje, perfecto para pasar desapercibida mientras acecha a posibles presas.


 
 
 

 
Peces, anfibios, reptiles y pequeños mamíferos forman parte de su dieta, arponeándolos con su fuerte pico. Cuando no es molestada, pasa el día apostada en las orillas y zonas poco profundas del agua, escudriñando con su aguda vista la presencia de algún animalillo.



 
 
buscando entre la vegetación algo que llevarse al pico
 
 
 
 Al mínimo indicio de amenaza, levanta el vuelo y emite un potente graznido, dejando muestra de la extraordinaria capacidad para el vuelo a pesar de su tamaño.
Sin embargo no buscará lugares muy alejados donde posarse, siendo las garzas muy fieles a su territorio, y buscará un árbol o zona alta con buena visibilidad donde pueda sentirse segura.
 
 
 

 
 
 
Ya con las últimas luces del día, la garza real se retira a sus reposaderos, generalmente ramas y lugares elevados donde pueda pasar la noche segura y alejada de depredadores.
 
 
 
 
Al amanecer, con la niebla aún intentando desperezarse del río, la garza inicia su jornada de pesca, apostada en la orilla, dispuesta a conseguir algún confiado y adormilado pez.
  
 
 
en uno de sus habituales posaderos: el muro de una escala salmonera.
 
 
En la naturaleza, el concepto que nosotros tenemos de belleza no existe, todo está basado en la funcionalidad: conseguir alimento, buscar pareja o camuflarse. Sin embargo, bien vale la pena pararse en cualquier ribera de nuestros cauces y observar a tan elegante y bello animal.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

viernes, 19 de julio de 2013

Reo (Salmo trutta trutta)

Las abundantes precipitaciones en las montañas del norte y noroeste peninsular dan lugar al nacimiento de infinidad de cursos de agua, pequeños manantiales que discurren entre bosques atlánticos, vestigios de lo que fueron auténticas selvas ibéricas.


 
A lo largo de su transcurrir, algunos de estos pequeños arroyos van creciendo hasta formar verdaderos ríos, impregnando de vida y encanto su entorno,
 
 
 
 
para más tarde, terminar desembocando plácidamente en el mar.
 
 
Es en estos cursos de agua donde desarrolla su actividad reproductora el reo (Salmo trutta trutta), una especie piscícola que vive en el mar y busca el agua dulce para poner las huevas donde nacerán los jóvenes alevines.
 

 
Ya bien entrado el otoño, cuando los árboles se engalanan con los colores de la estación y los hongos proliferan bajo el suelo del bosque,
 

 
 en los ríos la abundancia de lluvias propician las primeras crecidas de la temporada.
 

 
Es entonces cuando los reos remontan el río, en un titánico esfuerzo, superando innumerables obstáculos hasta llegar a los tramos medios y altos de estos cauces. Aquí, con el agua fría y oxigenada encuentran las condiciones óptimas donde realizar la puesta.
 
 
Ya en los frezaderos, donde la hembra realiza un nido en el fondo de grava con la cola, el macho intenta excitarla con sus "caricias", frotando su cuerpo contra el de ella, incitando a que ésta realice la puesta para luego poder fecundar las huevas con su esperma. Al ocurrir debajo del agua, este llamativo acontecimiento puede pasarnos desapercibido, pero es uno de esos preciosos momentos que nos brinda la madre naturaleza:
 
 
 
 
 
 
A su manera, peces y demás seres vivos que nos rodean, también sienten y tienen sentimientos, algo que no es exclusivo del ser humano.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

viernes, 5 de julio de 2013

Lobo ibérico (Canis lupus signatus)

Desde tiempos inmemoriales, un animal mítico deambula por las sierras ibéricas. Exterminado en la mayor parte de Europa, aquí parece como si hubiera forjado un pacto con las montañas.



 
 
Caminando por sendas y veredas podemos descubrir los inconfundibles rastros que marcan su territorio
 
 

 
 
y muestras inequívocas de quién reina en estas sierras
 
 
 
 
Quizás, algún maravilloso amanecer en nuestros montes, el sol con su dorado despuntar quiera indicarnos que hoy va a  ser un día inolvidable
 
 
 
 
 
y la niebla, liberando de su mágico abrazo a las montañas.
 
 
 
 
     Es entonces, cuando un sentimiento de sentirte observado inunda tu cuerpo... y ahí está, desde el horizonte, mirándote fijamente la inconfundible figura del lobo ibérico (Canis lupus signatus), un animal extraordinario y una de las mayores joyas faunísticas de toda Europa.
 
 
 
 
La sensación de poder ver en libertad a un animal tan bello es indescriptible, como si su espíritu salvaje pasara a formar parte de ti. Es sólo un instante, después de la misma forma en que apareció se vuelve a esfumar, igual que un fantasma.
Sin embargo ahora estoy en su feudo, en los dominios de una manada del lobo ibérico, animal social que precisa de la compañía del grupo, miembros de una estirpe perseguida por el hombre, protagonistas de mitos inventados por el ser humano como seres sanguinarios que encarnan el mal. Y nada más lejos de la realidad, su miedo al hombre le hace ser receloso y asustadizo. Estar frente a ellos, a escasos metros, estando a su merced te hace ver su naturaleza de animal inofensivo, de extraordinaria belleza y también su vulnerabilidad.
 
 

 
 
 
 Y jamás, algo que jamás se olvida es el cruce de su mirada con la tuya, estando ahí, de frente a ti, como si sus ojos quisieran transmitirte el deseo de que les dejemos vivir en paz, pues él mejor que nadie representa el espíritu salvaje de nuestras montañas, poniendo equilibrio en este ecosistema que compartimos.
 
 
 
 
A pesar de su importancia como regulador de otras especies, el lobo sigue siendo perseguido y aniquilado, acorralado por el ser humano: la caza legal y furtiva, el veneno, las infraestructuras que invaden sus territorios...y ese miedo infundado a su imagen. El mayor pecado del lobo es haber nacido depredador, igual que nosotros, con la necesidad de comer carne para sobrevivir.
 
 
Y sin embargo, aferrándose a ese instinto de supervivencia, el lobo sigue ahí, con sus quehaceres diarios, fiel a las montañas ibéricas que le vieron nacer.
 
 
 
 
  Llegando la noche, al amparo de las sombras, queda nuestro amigo lobo, con la luna como testigo de sus andanzas, dando un toque salvaje a nuestra iberia natural.
 
 
 
 
 
 
 
 
Conservemos al lobo ibérico.